VIDA Y
HAZAÑAS DE ALEJANDRO DE MACEDONIA
Venezuela,
15 de diciembre 2023
Por
Mariano Nava Contreras / PRODAVINCI
“Cuentan que Alejandro sentía una gran envidia de
Aquiles, pues éste había tenido un poeta digno de cantar sus hazañas, nada
menos que Homero. Ganas de quejarse, porque en toda la literatura griega no hay
guerrero ni conquistador cuyas glorias y hazañas hayan sido más cantadas que
Alejandro Magno. Es más, Aquiles tuvo que esperar más de cuatrocientos años, si
es verdad que la Guerra de Troya se libró hacia el año 1200 a.C. y Homero vivió
entre los siglos VIII y VII a.C. En cambio, Alejandro tuvo quien contara su
vida y hazañas aún vivo. Calístenes de Olinto, discípulo y sobrino de
Aristóteles, fue su biógrafo personal y murió incluso antes que él, caído en
desgracia por sus críticas a la orientalización de las costumbres del rey
macedonio. Sin embargo, los abundantes materiales que recopiló fueron reunidos
en diez volúmenes y fueron base para lo que después se llamó El romance
de Alejandro, conjunto de
leyendas muy populares durante la Edad Media. Onesícrito de Astipalea, que fue
discípulo de Diógenes el Cínico y acompañó a Alejandro en sus expediciones,
escribió también un texto titulado Cómo fue educado Alejandro, sin duda inspirado en la Ciropedia de Jenofonte. Cares de Mitilene, que perteneció
a su corte, también escribió una Historia de Alejandro en diez libros. Nearco, que fue su consejero y
después miembro de la caballería élite de su ejército y almirante de la flota
real, pilotó la expedición entre la desembocadura del Éufrates y el océano
Índico, y exploró el Golfo Pérsico dejando el relato de su periplo. Apenas
veinte años después de su muerte, Clitarco de Alejandría, que permaneció largo
tiempo en la corte de Ptolomeo I, escribió una Historia de Alejandro Magno, como asimismo Anaxímenes de Lampsaco, discípulo
de Diógenes el Cínico como Onesícrito, que también fue maestro del rey
macedonio y lo acompañó en la campaña de Persia. Igualmente diremos de
Aristóbulo de Casandrea, que lo siguió como arquitecto e ingeniero militar, e
hizo un informe geográfico y etnográfico de sus conquistas. No eran Homero, es
verdad, pero todos fueron sus contemporáneos y escribieron, de manera más o
menos verídica, sobre él.
No creamos que la
fascinación por Alejandro se agotó con su época. También los romanos
escribieron sobre él. Diodoro de Sicilia le dedicó el libro XVIII de su Historia
Universal y Quinto Curcio
escribió unas Historiae Alexandri Magni Macedonis. Incluso Plutarco, nada menos, le dedicó una de
sus Vidas. Y Arriano, ya en el siglo II, escribió una Anábasis de
Alejandro, obviamente
también bajo el influjo de Jenofonte. Sin embargo, ninguna de estas biografías,
de indiscutible valor histórico, tuvo el impacto y la influencia que tuvo una
narración titulada Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, escrito por alguien que, a falta de datos más
precisos, llamamos Pseudo Calístenes. Su narración está lejos de fundamentarse
en fuentes históricas serias, y el autor prefirió colorear la biografía del
macedonio con noticias fantasiosas, de muy dudosa veracidad, que mitifican la
imagen de Alejandro llevándola del terreno de la historia al mucho más seductor
de la fábula y el relato de aventuras.
Creemos que el relato
fue escrito en el siglo III d.C. por cierto autor grecoegipcio residente de
Alejandría, la ciudad fundada por el rey macedonio en el año 331 a.C. Esto
explica su admiración por el mítico fundador de su ciudad, el último gran héroe
del helenismo. De resto, a no ser por las informaciones que el autor ofrece
sobre su región, solo podemos colegir que se trata de un escritor bastante
mediocre, tanto por su estilo tosco y poco elegante como por la pobreza y los
errores en los datos que maneja. Un escritor mediocre, pero eso sí, con una
gran imaginación, que escribió para un público poco exigente, aunque ávido de
historias fabulosas. Le llamamos Pseudo Calístenes porque en el siglo XII el
erudito bizantino Juan Tzetzes atribuyó su texto a Calístenes, el malogrado
biógrafo sobrino de Aristóteles del que ya hemos hablado. La conjetura será sin
embargo desechada con el tiempo.
El relato está
organizado en tres libros: en el primero se narran el nacimiento y la infancia
de Alejandro, sus primeras victorias, la conquista de Egipto, la fundación de
Alejandría, su visita al oasis de Amón y la destrucción de Tebas. El segundo
comienza con el sometimiento de Atenas y Esparta, y sigue con la conquista de
Persia y la muerte de Darío, la célebre escena en que Alejandro llora la muerte
de su enemigo. Cierra el libro una carta del conquistador a su madre Olimpíade,
donde le cuenta las maravillas de la India. El tercer libro es quizás el más
fantástico de todos. Allí se cuenta la guerra de Alejandro con el rey indio
Poro, el combate singular entre ambos reyes, la fascinación del macedonio por
los elefantes y su encuentro con los brahamanes, los gimnosofistas (filósofos
desnudos) y las amazonas, así como otras estampas maravillosas de la India
contadas en una carta dirigida a su maestro Aristóteles. El libro termina con
la agonía y muerte de Alejandro en Babilonia.
Es muy posible que
Pseudo Calístenes haya tenido a la mano las abundantes fuentes que daban
noticias sobre Alejandro. Sin embargo, prefirió combinar elementos míticos y
fantásticos, algunos sacados del imaginario popular y convenientemente
dramatizados y llevados al extremo de la truculencia. Estos ingredientes
formaban parte de una receta capaz de asegurar el éxito entre sus lectores. Los
viajes a lugares lejanos y exóticos, los monstruos y maravillas, los disfraces
y cambios de identidad, los reconocimientos, las truculencias y malentendidos,
las oscuras premoniciones, todo formaba parte de una melodramática sensibilidad
helenística que encuentra expresión en la llamada comedia media ateniense y en
las primeras novelas griegas. A Alejandro lo hace hijo del faraón y mago
Nectanebo, quien, llegado a Macedonia, penetra en el lecho de la reina
Olimpíade disfrazado del dios Amón. Sin duda el episodio tuvo que haber hecho
las delicias de los lectores alejandrinos. Por lo demás, el cuento debió
recordar el origen de Heracles engendrado por Zeus, quien disfrazado de
Anfitrión se introdujo en los aposentos de la reina Alcmena.
La carta sobre las
maravillas y aventuras de la India está poblada de monstruos y prodigios, y
tiene su más remoto precedente en los viejos relatos de viajeros como Ctesias y
el mismo Herodoto. La expedición de Alejandro por la tierra de las tinieblas,
la bajada al fondo del océano y la subida al cielo, el camino al paraíso
amurallado son motivos del relato fabuloso que serán parodiados por Luciano de
Samosata en sus Historias verdaderas. Una tradición que aún puede rastrearse en
historias como Star Treck y otros cuentos siderales. El diálogo de
Alejandro con los brahamanes y los gimnosofistas no deja de tener resonancias
cínicas, y remite directamente al viejo motivo del diálogo entre el sabio
asceta y el guerrero, el hombre de espíritu y el hombre de poder. Finalmente,
la muerte del héroe es vaticinada por augurios siniestros que le previenen de
dirigirse a Babilonia. Alejandro muere envenenado por su general Antípatro, uno
de los diádocos (“sucesores”), que quieren quedarse con todo el
imperio. Víctima de una criminal traición, su cadáver será sustraído por
Ptolomeo, quien lo lleva a Alejandría para construirle un mausoleo digno de él.
Si la fábula y el drama convienen en la construcción mitológica del personaje,
el relato consolida la relación entre el conquistador y su ciudad, Alejandría,
que fundó y donde reposarán sus huesos. Aquí el encanto de esta biografía
novelada.
La Vida y
hazañas de Alejandro de Macedonia conoció
de inmediato una inusitada popularidad, convirtiéndose en algo así como un best seller de la época. Ningún libro fue más traducido
durante la Edad Media, a unas treinta lenguas, salvo la Biblia, y su influencia
está presente en la literatura clásica persa. La verdad, ningún relato antiguo
gozó de tal fortuna, al punto de que se le fueron añadiendo nuevos episodios y
se transmitió en diferentes versiones. El manuscrito más conocido, la llamada
versión B, se escribió en Bizancio en el siglo V, pero ya se había traducido al
latín hacia el año 320 de manera bastante libre, es verdad, por un tal Julio
Valerio Polemio, con el título de Res Gestae Alexandri Magni. Valerio Polemio había sido militar y
escritor, y tal vez llegó a vivir en Alejandría. Al
siglo V se remontan asimismo las traducciones al armenio, al persa, al sirio y
al árabe. A fines del siglo X se hizo una nueva traducción al latín, titulada De proeliis (“Acerca de las batallas”) y firmada por el
arcipreste León de Nápoles. El De proeliis será la base de la mayoría de las versiones que
se hagan en lenguas europeas durante la Edad Media, empezando por el Roman
d’Alexandre del francés
Alberic de Besançon hacia el 1120, y la versión de Alexandre de Bernai, del
mismo nombre, del año 1175. Estas versiones sirvieron a su vez de base para el Libro de
Alexandre, compuesto a
comienzos del siglo XIII y considerado como una obra maestra del mester de
clerecía (“Mester
traigo fermoso…”).