SEMBLANZA DE DON ANDRÉS BELLO LÓPEZ
Dr. Juan Andrés Orrego Acuña
Profesor de Derecho civil U. de Chile
(VIII)
“Por
aquél entonces, en la tertulia de su colega, el ministro de Colombia, don
Francisco Antonio Zea, a la que concurrían algunos americanos de nota,
cultivará la amistad de un hombre que será decisivo en su vida, el polémico
guatemalteco-chileno Antonio José de Irisarri, Ministro Plenipotenciario de la
Legación de Chile en Londres, que había dejado tras de sí una turbulenta estela
de actuaciones políticas.
Aunque
de caracteres muy disímiles, pues el centroamericano era ostentoso y amigo de
las aventuras, los unía su dedicación a la literatura, el ejercicio del
periodismo y su erudición. En varias oportunidades, visitaron juntos el Museo
Británico.
Irisarri,
cinco años menor que Bello, aparece en los albores de nuestra independencia,
formando parte de la familia Larraín, llamada también “los ochocientos”. Había
destacado por sus artículos incisivos y revolucionarios publicados en la
“Aurora de Chile”. Hacia 1813, en las columnas de “El Monitor” y de “El
Semanario”, preconizaba el ideal de la independencia absoluta.
En
los momentos cruciales de la Patria Vieja, tras la derrota de Talca, el Cabildo
de Santiago, el 7 de marzo de 1814, a instancias de Irisarri, nombra como
Director Supremo a Francisco de la Lastra, a la sazón gobernador de Valparaíso,
asumiendo en el intertanto dichas funciones el propio Irisarri. Luego, a
petición de Lastra, Irisarri sería designado gobernador-intendente de Santiago.
Después, al precipitarse el enfrentamiento entre San Martín y los Carrera,
tomaría partido por el primero. Luego, durante la Patria Nueva, sería nombrado
ministro del interior. Pero pasaría a la Historia, por el empréstito contratado
para el Estado chileno, con la Casa Hullet, de Londres, contraído el 26 de
agosto de 1819, por un millón de libras. Las condiciones eran leoninas, pues
Chile reconocería 100 libras por cada 50 que recibiese.
Como
era de esperar, tales condiciones suscitaron honda indignación en Chile,
ordenando O’Higgins a Irisarri suspender las negociaciones. Irisarri no
obedeció, y contrató el empréstito. Como señala Encina, todo hace suponer que
Irisarri esperaba con avidez la respectiva comisión. Pero en política, hoy como
ayer, se han visto cadáveres vivientes. Años después, en 1837, Irisarri sería
incorporado, en calidad de asesor de Blanco Encalada, en la desastrosa
expedición al Perú, que culminaría con el vergonzante Tratado de Paucarpata. La
“tornadiza opinión había olvidado ya sus manejos en el asunto del empréstito
inglés”. El tratado fue repudiado con virulencia en Chile, ordenándosele a
Irisarri regresar a Chile, para rendir cuentas. Como se negare a hacerlo, fue
condenado a muerte in absentia.
Pero
en la época en que Bello le conoce, su estrella estaba lejos de eclipsarse.
Irisarri encomendaría entonces a Bello, el primer servicio que el segundo
prestaría a Chile, a saber, informar acerca de la conveniencia de instaurar en
nuestro país, el sistema lancasteriano de educación, que O’Higgins conociera
durante su estancia en Inglaterra. Bello lo estudió y desaconsejó adoptarlo,
pero increíblemente, Irisarri lo desoyó y encomendó al gobierno chileno
instaurarlo.
En
marzo de 1821, Bello había solicitado a Irisarri un puesto en la Legación
chilena, con el propósito de obtener así un ingreso estable. En junio del año
1822, Bello asume como secretario interino del Ministro de Chile, en reemplazo
de Francisco Rivas, que había partido a Venezuela en uso de licencia. En
febrero de 1824, Bello contrae matrimonio con Isabel Antonia Dunn. Tres hijos
nacerían en Londres: el segundo Juan, Andrés y Ana. Ese mismo año, en mayo,
Mariano Egaña, por decreto de Ramón Freire, nuevo Director Supremo de Chile
tras la caída de O’Higgins, recibe poderes de Ministro Plenipotenciario ante
los Gobiernos de Gran Bretaña, Francia, Austria, Rusia, España y los Países
Bajos.
Junto
a Egaña, se nombra a Miguel de la Barra como secretario de la Legación en
Londres. Egaña venía prevenido contra Irisarri, a consecuencia de sus manejos
en la contratación del empréstito con la Casa Hullet. Egaña –escribe Joaquín
Edwards-, creyó inicialmente que Bello, en su condición de secretario de
Irisarri, “sería un solapado cómplice de éste. Ninguno de los dos era chileno.
Irisarri guatemalteco y Bello venezolano. ¡Bonito pastel! Poco a poco Egaña fue
descubriendo la pasta verdadera de Bello y comenzó la estimación mutua que
duraría hasta la muerte.”
¿Cómo
era aquél Londres que acogió a Bello y a tantos otros americanos y europeos que
huían del continente convulsionado primero por la revolución francesa y después
por las guerras napoleónicas y la represión desatada con la restauración
borbónica en España? Joaquín Edwards hace una colorida descripción: “Imaginemos
a ese Londres regido por una Corte disipada, precursora de la esplendente época
victoriana. Dickens había nacido ya. Bello se movió en el Londres de Dickens,
en esas calles bullentes de miserables, de borrachos, de prostitutas, de
pickpockets, de lords y de damiselas, de emigrados franceses horrorizados por
la guillotina, de jugadores y de comerciantes”.
Ese
Londres contradictorio, cuya población sobrepasaba el millón y medio de
habitantes y cuya iluminación pública asombraba a los visitantes, fraguaba sin
embargo un grupo de hombres que en pocos años, elevarían a Gran Bretaña a la
cima del poder mundial, bajo la dirección de Victoria, cuyo nacimiento
ocurriría 9 años después de llegar Bello a la ciudad destinada a convertirse en
la capital del mundo, en la segunda mitad del Siglo XIX.
Durante
sus diecinueve años en Londres, Bello sería testigo de enormes acontecimientos
históricos, como el auge y caída de Napoleón Bonaparte, la restauración
monárquica en Europa bajo la dirección de Matternich –que restituyó en España
la corona a Fernando VII, que tanto decepcionaría a los americanos-, el ocaso
definitivo del poder peninsular en las tierras de América y el nacimiento de
las nuevas repúblicas, el fracaso de la anfictionía bolivariana, cuya partida de
muerte se firma en el fracasado Congreso de Panamá de 1826 y la vorágine
anárquica en la que se precipitarían los nacientes Estados surgidos de la
emancipación.
Pero
eran también tiempos de avances científicos y tecnológicos que auguraban una
mejoría en la calidad de vida. Así, por ejemplo, en 1818 se instala el
alumbrado a gas en París, y al año siguiente, el vapor “Savannah” realiza la
primera travesía de un barco de ese tipo entre un puerto americano y otro
inglés, mientras Beethoven, Berlioz y Mendelsohn se encuentran en plena
producción.
Hacia
1825, Bello ya se había retirado de la Legación de Chile. La desconfianza de
Mariano Egaña todavía no cedía. Su labor intelectual no cesaba sin embargo, y
había intervenido en la publicación de “El Censor Americano”, que sólo tuvo un
tiraje de cuatro números. Colaboraría luego con “La Biblioteca Americana”, que
tuvo dos números. Se trataba de publicaciones que abordaban la política, la
geografía, las ciencias y la cultura de América.
En
1826 y 1827, publica Bello, junto a García del Río, el “Repertorio Americano”,
que alcanzó a cuatro números. En el primero, incluye la silva sobre “La
agricultura de la zona tórrida”, obra que supura nostalgia por la tierra
americana. Publica también su “Alocución a la Poesía”, en la que –en palabras
de Orrego Vicuña- “se muestra con esplendor su estro poético”.
Ambas
composiciones eran sólo fragmentos de una obra mayor, que pensaba escribir bajo
el título de “América”, proyecto que en definitiva no podría materializar. La primera
es un canto a la agricultura tropical, “…una visión magnífica de las tierras
cálidas, un himno a lo autóctono, al mundo americano que despliega ante los
ojos del extranjero todas las seducciones de su suelo virgen aún, el sabor de
lo ignoto y la atracción de lo pródigo. “La Alocución a la Poesía” es un poema
en homenaje a los tiempos de la independencia y a los héroes nativos.
Por
los versos de Bello desfilan San Martín, Bolívar y Miranda, Caupolicán y Manco
Cápac.”. De aquellos años, son también su “Himno de Colombia”, dedicado a
Bolívar y después, su “Canción a la disolución de Colombia”, composición en la
que vuelca su dolor ante el derrumbamiento de la obra magna de Bolívar.
El
7 de febrero de 1825, asume como secretario de la Legación de Colombia. Sin
embargo, el encargado de la Misión, Manuel José Hurtado, no simpatizaba con
Bello, a consecuencia de las ideas monárquicas que el último había preconizado.
La situación no era nada grata, además, porque las remuneraciones no se le
pagaban regularmente. La situación cambia con la designación como nuevo
Ministro del poeta José Fernández Madrid, excelente amigo de Bello. En aquel
momento –corría el año 1827-, insta a Bolívar para que lo llame a servir junto
a él. Después de 15 años en Europa, el deseo de retornar a tierra americana se
acrecienta. Pero no será Colombia quien obtenga sus servicios.
Egaña,
extinguida su renuencia inicial para con Bello, propone al gobierno chileno, el
10 de noviembre de 1827, que se le contrate en el Ministerio de Relaciones
Exteriores. En su comunicación al ministro del ramo, el presbítero José Miguel
Solar, destaca Egaña, entre otros méritos del caraqueño, su “educación escogida
y clásica, profundos conocimientos en literatura, posesión completa de las
lenguas principales, antiguas y modernas, práctica en la diplomacia, y un buen
carácter, a que da bastante realce la modestia.”
En
aquel tiempo, nada se hacía muy rápido. Sólo el 15 de noviembre de 1828, Miguel
de la Barra transcribe a Bello la aceptación del gobierno de Chile, que
presidía Francisco Antonio Pinto, que había cultivado amistad con Bello durante
su estada en Inglaterra. Bello aceptó y se le proporcionaron 300 libras para el
viaje, entregándole Mariano Egaña una recomendación para su padre, Juan Egaña,
propietario del lugar en el que hoy nos encontramos, para que recibiera a Bello
y su familia, con la “antigua cordialidad y llaneza chilenas”.
Su
remuneración ascendería a 1.500 pesos anuales, que correspondía al sueldo de
los oficiales mayores o subsecretarios de ministerio. Entretanto, Bolívar,
recordando cuando ya era tarde su antigua amistad, pensó en nombrarlo ministro
en Estados Unidos. El ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, Revenga,
expresaba a Bello por su parte: “véngase usted a nuestra Colombia, mi querido
amigo; véngase usted a participar de nuestros trabajos y de nuestros escasos
goces. ¿Quiere usted que sus niños sean extranjeros al lado de todos los suyos
y en la misma tierra de su padre? Esfuerzos vanos, pues Bello ya se encontraba
en viaje a Chile.”
Continuará…